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Juan Gallego Benot: «Cuando no tienes la imagen para agarrarte, todo es mucho más parecido a la novela”

El poeta sevillano publica La ciudad sin imágenes, un ensayo donde los problemas urbanos emergen tras el prisma de la prosopagnosia

“Hace varios años fui diagnosticado de un problema en la memoria, que dificulta la fijación de imágenes en mi cerebro”. El debut narrativo de Juan Gallego Benot parte de una premisa mucho más novelera que ensayística. El autor padece prosopagnosia, una enfermedad que le impide reconocer las caras y recordar los espacios. La ciudad sin imágenes, una obra a medio camino entre la crónica y la poesía, estudia las trampas del urbanismo contemporáneo a través de unos ojos para los que la ciudad carece de forma permanente.

Pregunta: Al inicio de la obra, explicas cómo encuentras una estructura de pensamiento en la poesía. ¿Tus inicios en la escritura estuvieron siempre ligados a esta voluntad de poner orden a tus pensamientos?

Respuesta: Para mí, la poesía desde muy pronto fue una forma de pensamiento, una forma de acercarme a las cuestiones que no entendía. Aunque la poesía no me ha dado muchas explicaciones, sí que me ha servido para adquirir una serie de herramientas que encauzan mis preguntas. Concibo el poema como un edificio habitable donde no te sientes perdido. Para mí el comienzo de la escritura tiene mucho que ver con mi propio despertar de entendimiento personal y de entendimiento del mundo.

P: Tus publicaciones anteriores, Oración en el huerto (II Premio Poesía Tino Barriuso, Hiperión, 2020) y Las cañadas oscuras son poemarios. ¿Qué te ha llevado a cambiar a la narrativa en esta nueva obra?

R: Para mí ni siquiera ha sido una transición a otro género, sino que he intentado defender que el pensamiento poético, en sí mismo, puede servir como un modo de visualidad. Las cañadas oscuras me llevó a un proceso de investigación donde la poesía ya no podía responder. Cuando el editor de La Caja Books me planteó esta idea, muy pronto entendí que la forma que tenía sentido en este caso era el ensayo. Si es cierto que La ciudad sin imágenes tiene muy presente la poesía, no sólo en referencias si no también en la forma en que está pensado el libro. 

P: Cuando escuchamos lo que significa la prosopagnosia nos surgen muchas preguntas, porque es una enfermedad poco común y bastante novelesca ¿Alguna vez has temido que la prensa y los lectores se acercasen a tu obra por el morbo de tu enfermedad antes que por lo que quieres contar a partir de ella?

R: En el libro, empiezo por hablar de la enfermedad, entonces era lógico y esperable que hubiera personas que se quedarán ahí. Después, no ha sucedido tanto porque los lectores son muy inteligentes y han entendido muy rápido lo que quería contar a partir de la enfermedad. Creo que la prosopagnosia como reclamo o como punto de partida es interesante y puede gustar, pero luego ha llevado a otras reflexiones. Además, el protagonista es un personaje ficticio. El objetivo era usar mi enfermedad como cebo, sin que acaparara todo el relato.

P: ¿El protagonista del ensayo es enteramente fruto de la imaginación o tiene algo de ti?

R: El personaje no deja de ser una ficción que llevo hacia donde me interesa. Comparte varias de mis angustias pero la cuestión médica no es mía. La prosopagnosia puede ser una enfermedad bastante grave, ligada incluso a problemas en el habla y la socialización. Sin embargo, mi personaje la vive de una forma literaria. Al no haber memoria visual, construye una memoria en palabras. Pero la memoria narrada no trabaja igual, supone una capacidad de reconstrucción de relatos. Cuando no tienes la imagen para agarrarte, todo es mucho más parecido a la novela. Al no tener memoria visual, el protagonista tiene una capacidad mayor para recordar otras cosas y pensar de otras maneras.

La ciudad sin imágenes
La ciudad sin imágenes | Fuente: La Caja Books

Ciudades efímeras

P: El ensayo se desarrolla en Sevilla, Madrid y Londres. ¿Cuál de las tres ciudades te ha resultado más cambiante?

R: En principio, podemos esperar que las ciudades más grandes son las que presentan más alteración, porque a priori es así, son las que más velozmente cambian.  Pero cuando vuelvo a Sevilla me doy cuenta de muchos de esos cambios, no solo en las infraestructuras sino en muchos otros sentidos urbanos. Es a lo que intento llegar en el ensayo: noto que la cuestión urbana afecta de manera universal sobre todo en Sevilla, porque es una ciudad que cuenta de sí misma que es clásica aunque también está dentro de la rueda de lo urbano. Al recrear el pasado no se está volviendo atrás si no que se está creando algo nuevo, adaptado al presente.

P: Explicas que los lugares que se mantienen inmutables, como el camino en metro al museo o la propia exposición del museo, son una especie de oasis en la fugacidad de la ciudad. La literatura también crea paisajes e historias fijas. ¿Encuentras un refugio en los libros, cuyas historias se mantienen inalterables?

R: Para mí los libros son instancias de cambio, porque hasta los que podrían ser hogareños siempre me hacen encontrar algo nuevo, ya sea decepcionante o no. Hay libros que hemos leído mal y cuando volvemos a ellos, algo increíble aparece. Por ejemplo, he leído Madame Bovary tres o cuatro veces, en diferentes momentos vitales, y en cada lectura me ha dado una impresión diferente. Con los refugios de la ciudad ocurre lo mismo, terminan convirtiéndose en espacios de cambio.

P: Al final de la obra, criticas la hipocresía de huir al campo intentando escapar de la ciudad, cuando en realidad la ciudad forma parte de nosotros a pesar de nuestros desplazamientos. ¿Sientes que tú también caes en esas dinámicas colonialistas aunque lo urbano para ti tenga un significado diferente?

R: En cierto sentido, es inevitable. De hecho, el penúltimo capítulo, el más autobiográfico, narra una excursión al campo que enseña cómo caigo de lleno en esas dinámicas. La excursión al campo también muestra cómo nos acercamos a la realidad de los demás y al mundo rural. 

De primeras, la idea de “escaparse”, de la huida permanente como solución, me parece problemática porque en muchos casos evita pensar sobre las condiciones de quedarse en la ciudad. Yo vivo en Madrid, donde está muy implantada la idea de trabajar en una empresa y luego “escaparse”, sobre todo en las Big Four o en las empresas de negocios donde permaneces recluido muchísimas horas. Por ello, escapas, y ya no al campo, sino a Bali o a Egipto. Parece que lo importante es poder irse. Pensar en huir nos aleja de reflexionar sobre las condiciones del presente. Hay que anular la escapada. Es como si nos centráramos en huir de la cárcel, pero no en las condiciones de la propia cárcel.

P: En el libro mencionas a muchísimos autores como Shelley o William Blake. ¿Cuáles dirías que son los escritores que más influencia han tenido en tu forma de escribir y de entender la literatura?

R: Hace unos años, cuando había leído menos, tenía muy claro quien me influía: el romanticismo inglés y la literatura contemporánea inglesa en personas como Alice Oswald. Pero ahora no sé muy bien qué me influye. Me interesan muchas cosas y leo todo lo posible, siempre es insuficiente la lectura. Ahora estoy leyendo mucha novela inglesa del siglo XIX, pero leo de manera bastante desordenada. 

Una propuesta novedosa

P: La ciudad sin imágenes es una mezcla de ensayo, crónica e incluso poesía. ¿Qué querías provocar en el lector innovando de esta forma?

R: Mi deseo no era tanto la innovación en sí misma, el experimento por el experimento, sino poder compartir una serie de intuiciones, dudas y vivencias con la esperanza de que los lectores y lectoras encontraran algo interesante. Siempre intento escribir desde el respeto y la conversación hipotética con los lectores. El libro está marcado por la voluntad de diálogo. De hecho, es lo mismo que defiendo a lo largo del libro: entender la ciudad a partir de la comunidad y no solo del edificio

P: A pesar de que el libro es una apuesta arriesgada, ¿estás satisfecho con la acogida que está teniendo entre los lectores?

R: Sí, estoy muy ilusionado. Hay personas que me escriben y me comparten su opinión. En las entrevistas tengo una oportunidad extra para explicarme, lo que agradezco un montón. Es un alivio y una alegría muy grande que los lectores hayan encontrado algo interesante en lo que yo quiero contar. Ese es el fin y el sentido de la escritura. Algunas personas me cuentan que no están de acuerdo con ciertas ideas, y así se cumple mi propósito de crear una conversación a partir del libro. Estoy agradecidísimo porque entiendo que la forma del ensayo no es lo más popular y, a pesar de todo ello, la acogida está siendo cercana y cariñosa. 

P: ¿Tienes algún nuevo proyecto entre manos?

R: Actualmente estoy bastante centrado en mi tesis. Estudio sobre la transición a la modernidad a partir de la literatura religiosa, sobre todo en Inglaterra y España. Este año he publicado dos libros y no sé qué vendrá después. Sigo escribiendo, pienso escribiendo, aunque no tengo ahora mismo nada muy cerrado. Me apetece explotar las posibilidades de La ciudad sin imágenes, de la misma manera que llevé Las cañadas oscuras a un festival con mi amiga Carmen Yruela, que es cantaora, y pudimos «performarlo». Me interesa jugar con los libros, dejar que se expandan más allá de lo que contienen.

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